La fe le llegó a Francisco a través de su abuela paterna. Junto a ella, su madre y su hermana entró a formar parte del movimiento de los Focolares. Una vida familiar siempre muy vinculada a la Iglesia participando en distintas realidades de su parroquia en Archena. De su infancia guarda muy buenos recuerdos, entre ellos su experiencia como monaguillo casi 13 años. «Y así fue discurriendo en mi vida el amor de Dios», recuerda Francisco, sobre cómo fue descubriendo su vocación con el acompañamiento de tres sacerdotes. Durante ese tiempo, uno de los sacerdotes se acercó en varias ocasiones a su casa para invitarle a participar en los encuentros y convivencias que organizaba el seminario. Tenía claro que el Señor le llamaba al sacerdocio, pero, «por circunstancias familiares» retrasó su entrada al seminario. A pesar de todo, la Iglesia seguía siendo para él un lugar de encuentro con Dios y su refugio. Con el ejemplo de vida de los sacerdotes se enamoraba cada día más del Señor.
Tras la adolescencia siguió vinculado a la Semana Santa de su pueblo perteneciendo a dos cofradías y «viviendo con intensidad la Cuaresma, el Triduo Pascual y celebrando la Resurrección» pero, con la vorágine del día a día, cada vez frecuentaba menos la parroquia y se alejó de Jesucristo.
Empresario en el sector del mueble y la decoración, con una vida plena en la que aparentemente lo tenía todo, se dio cuenta de que le faltaba algo: «Y ese algo que faltaba era Cristo, que lo había perdido con el paso de los años». Francisco pudo «recuperar al Señor» al oír hablar del movimiento de Cursillos de Cristiandad. «Me despertó ver la alegría inmensa de mucha gente que se había convertido al tener ese encuentro, personas de mi parroquia que yo conocía y veía en ellas la felicidad con la que salían», recuerda sobre el momento en el que se planteó que quizás él también necesitaba volver a encontrar el amor del Dios. Decidido, fue a hablar con el responsable del movimiento en Archena para participar en el siguiente cursillo.
«Fue un encuentro tremendo con Jesucristo, un derramar lágrimas y preguntarme qué había hecho hasta ahora con mi vida; a partir de aquí me surgieron cosas muy llamativas», explica Francisco. Le ofrecieron formar parte del movimiento en la escuela de Murcia y más tarde en el secretariado. También le surgió la oportunidad de trabajar para Cáritas, llegando a tener un cargo de responsabilidad. Ante todo lo que se le planteaba laboralmente, él siempre formulaba la misma pregunta: «Señor, ¿qué es lo que quieres de mí?». Francisco dejó todo lo relacionado con el trabajo anterior de los muebles y se dedicó en exclusiva a esta nueva misión.
En verano, desde hace unos años, Francisco suele hacer un retiro espiritual en el monasterio de San Isidro de Dueñas (Palencia). Una mañana, temprano, en la Eucaristía, mientras iba en la fila para comulgar comenzó a derramar lágrimas: «Sentí la llamada fuerte, en la que el Señor me decía: “Te quiero para que te entregues por mí, para partirte y repartirte, entregarte al mundo”». A pesar de la intensidad de esa apelación, dispuso llevar esa decisión a la oración y siguió trabajando junto a los pobres, descubriendo «el rostro misericordioso de Dios». Años más tarde su párroco le acompañó al seminario para hablar con el rector. Explica Francisco que todo se fue dando paso a paso, con el respeto y el tiempo suficiente para tomar una decisión de tal envergadura. Su etapa en el seminario ha sido «un encanto», destacando el estilo de vida reglada. Reconoce haber disfrutado su periodo como diácono sirviendo en la parroquia de Nuestra Señora del Rosario de Bullas, «un pueblo de fe y muy mariano; una comunidad viva con la que compartir».
A lo largo de su vida, se ha dado cuenta de que lo único que le ha pedido el Señor es el lema que ha escogido para su ordenación sacerdotal: «Permanecer en mi amor» (Jn 15,9). Francisco Saorín Guillamón recibirá el sacramento del Orden este próximo domingo, 18 de septiembre, a las 20:00 horas, en la iglesia parroquial de San Juan Bautista de Archena.v